Entrevista a Horacio Beascochea


 ENTREVISTA A HORACIO BEASCOCHEA



Pampeano Patagónico. Nací en Santa Rosa, La Pampa y resido en Neuquén, desde el año 1995.En Patagonia, colaboré con la revistas culturales “Nortensur” y “Alter Ego” y de interés general “Por Siempre Neuquén”.

Si de publicar se trata, cinco son los libros hasta el momento: “Indicios” (cuentos, 1990), “La tierra plana” (novela, 2007, 2010, 2017), “El porvenir es una ilusión”, (novela, 2102) “Series y Grietas”, (cuentos, 2015), “Alivio contra la ferocidad”, (cuentos, 2018) y “Lo que queda” (novela, 2022).

“La tierra plana” obtuvo un premio nacional en Narrativa en el año 2005 y fue publicada por la editorial Irojo Editores en el 2007, con dos reediciones en el 2010 y 2017. Ambientada a fines del siglo XIX, narra la resistencia y el choque cultural entre “huincas” y “pampas”, en la llanura pampeana, ficcionalizando los últimos años del capitanejo Pincén.

“El porvenir es una ilusión” fue una de las ganadoras del concurso Simulatio de Novela, organizado por la editorial Colisión Libros. La obra fue seleccionada por el Plan Nacional de Lectura en el año 2013 por la provincia de La Pampa y fue material de estudio en escuelas secundarias. Detalla la vida de un militante de los setenta que se refugia en el interior del país, cuya memoria es recuperada en los noventa por un amigo.

El libro de cuentos “Series y Grietas”, entrecruza postales cotidianas con elementos fantásticos. Fue editado en el año 2015, por Colisión Libros y presentado en la Feria Internacional del Libro en Buenos Aires.

En el año 2018, publiqué “Alivio contra la ferocidad”, edición electrónica y gratuita de relatos urgentes, en una época sin contemplaciones y con pérdida de derechos.

En el 2020 finalicé la novela “Lo que queda”, editada en 2022.

Además obtuve menciones en diversos concursos literarios y participé en varias antologías. Entre ellas, se destacan:

El aroma de las violetas y otros cuentos, en la “Cuarta Convergencia Nacional de Cuentos JUNINPAIS 2005”, Junín, Editorial de Las Tres Lagunas, 2005.

La vieja Usina – Letras contra la discriminación: Cuentos y poemas de autores pampeanos, Santa Rosa, La Pampa, Editorial Voces, septiembre de 2009.-

“Ríos que cuentan historias”, Antología del Círculo de Escritores del Comahue, Río Negro, Fondo Editorial Rionegrino, 2010.

Tercer Certamen Literario La Vieja Usina: Letras contra la discriminación, Santa Rosa, Ediciones CPE, 2011.

Segundo Premio Concurso literario “Vivir en Democracia con Justicia Social 2012”, organizado por el gobierno de la provincia de La Pampa, por el cuento “Domingo de Pascua”, julio de 2013.

Selección de Relatos Breves “Prendí la radio y se encendió el aire”, de Radio Universidad CALF, Neuquén capital, en el año 2013.

“Hijo e’ Pluma” (Antología babosa de Padres Poetas), Edición: Ananga Ranga, Año 2014, Chaco – Corrientes.

“Fuerte al Medio”, Relatos, Historias y Crónicas Futboleras, libro de autores y autoras varias, Neuquén, 2019.







1- ¿Si volvés todas tus miradas al pasado cuando fue la primera vez que sentiste germinar la narrativa en tu vida?


Creo que la escritura fue una necesidad luego de muchas lecturas. Comencé a escribir en la adolescencia, textos que eran una suerte de catarsis, de búsqueda de un lugar en el mundo. Después de los 20 años, sentí que podía contar historias. Empecé “a leer distinto”, pispeando y aprendiendo de narradores y narradoras, viendo cómo abordaban determinados temas. Hasta que me animé a escribir.


2- ¿Cuáles fueron tus faros literarios en tu niñez? ¿Son los mismos de ahora?


Los faros de la niñez están relacionados con viajes a Buenos Aires por cuestiones de salud. Los regresos siempre eran con libros, sobre todo los de la colección Billiken, amarillos de tapas duras. Verne, Salgari, Stevenson y su isla del tesoro, mechados con revistas de historietas, de la editorial Columba: Nippur de Lagash, Dartagnan, El Tony e Intervalo. 

No siguen siendo los mismos faros, en la adolescencia en plena primavera democrática con Alfonsín, llegaron otros autores como Cortázar, Galeano, Benedetti, en menor medida Borges, que disfruté más en la Universidad, García Lorca, Miguel Hernández, la revista Fierro, Humor o Sexhumor. En los 90, Rivera, Soriano, Osvaldo Bayer y su Patagonia Rebelde, por nombrar algunos. Siempre con un ojo y mirada en lo que nos pasa, en eso que arbitrariamente podemos llamar realidad.

En la actualidad, las lecturas son caóticas y universales (incluyendo en ese universo a los de estos pagos), textos de narrativa y también de poesía.


3- ¿Tus obras abarcan la historia, lo social, tienen ese halo o velo de la nostalgia que hacen que la lectura fluya, te costó encontrar ese estilo?


Piglia decía que el estilo es aquello que te hace creer que sos escritor, o algo parecido. No sé si tengo un estilo, pero de algún modo siempre está como una mosca zumbona Osvaldo Soriano, por lo menos en aquello de que las historias fluyan, en la mirada a los desplazados, los que reciben los cachetazos y, aún así no bajan los brazos, una suerte de romanticismo que también está en Raymond Chandler y el policial negro. Creo que mi principal desafío es que el texto no te aburra.


4- ¿El periodismo cómo y cuándo llegó a tu vida?


Mi primer trabajo fue en un diario, en la sección Armado, hacíamos el diseño de las páginas por computadora. Ya en Neuquén, durante mucho tiempo, hice diseño gráfico en una imprenta. El contacto con la prensa escrita llegó a través de colaboraciones, en revistas como Por Siempre Neuquén y luego en la Editorial Patagonia Activa, de Neuquén. El laburo de prensa se consolidó hace unos diez años, con Plan B Noticias, un portal de noticias que funcionó siempre de manera cooperativa y que este año, formalizamos cómo cooperativa de trabajo, con una línea editorial que trata de publicar todo y, también, estar cerca de los laburantes.


5- ¿Cómo conviven dentro tuyo la narrativa y el periodismo, hay una retroalimentación entre ambos géneros?


La convivencia entre periodismo y literatura no está exenta de cortocircuitos, por lo menos para mí. Hay un vértigo en la agenda diaria que colisiona con la narrativa y las pausas necesarias a la hora de narrar. También es cierto que la realidad retroalimenta la imaginación y supera a la ficción; pensás, “esto que pasó, en un relato no te lo cree nadie”, pero sucede.


6 - ¿Cómo te llevas con la poesía?


Leo bastante poesía, pero no la escribo. La respeto mucho y creo que no cualquiera es poeta. Es un género que admiro y disfruto. Y para escribir narrativa, es necesario leer cada día más poesía. Estoy seguro.


7 - ¿Que autores de narrativas pensás merecen más reconocimiento de sus obras


La verdad que no sé. Si puedo decirte que yo regreso últimamente a Chandler, Soriano, que me sorprendieron gratamente “Stoner”, de John Williams y “El año de Saeko”, de Kyoichi Katayama, por nombrar algunos.


8 - ¿Estás en Plan B Noticias desde lo periodístico y Con letra propia desde la literatura, pensás que lo virtual es el camino a seguir para ambos géneros?


La virtualidad te permite publicar rápido. En el caso de los portales de noticias, es evidente que cada día se destinan más recursos para impulsar el formato y se complementan con elementos de multimedia. No sé si es lo mejor, pero para ahí se encaminan los medios de comunicación, en detrimento de los medios gráficos.

En cuanto a lo literario, no hay como el papel, a la hora de publicar. Una página o blog te permite mostrar enseguida lo que hacés, conocer a otros creadores y creadoras, salir al ruedo. 

En mí caso, tengo cinco obras publicadas, cuatro en formato papel y una virtual. Con letra propia, es un cuaderno de trabajo, muchos textos nacen ahí, aunque, después, en los resultados finales solo queden vestigios de esas primeras expresiones. Igualmente, yo banco mucho lo virtual, tanto para escribir, como para leer.


9 - ¿Cómo ves la edición y la distribución de las obras acá en el sur del país? ¿Qué le agregarías y que le quitarás?


No es fácil editar y aún así, en el sur, hay muchas editoriales, para una gran comunidad de escritura y de lectura. Siguen siendo canales indispensables para publicar a las y los autores regionales. Están y se agradece. Me debo alguna publicación con una editorial regional.


10 - Pregunta que le hago a todos los entrevistados ¿Que soñas para tus obras?


La literatura es vivir por un rato la vida de otro. Me conformo con que no te aburras, y si encontrás algo que te hace ruido o te deja rumiando, mejor. Pero me basta con que no te aburras.


11 - Me regalas un cuento?



Negra y verde




Negra y verde. Anotaba todo ahí. Sentado bajo la parra miraba más allá de la enredadera que trepaba por la pared del patio. Catalán, era. Debí agradecerle, repetía. 


El llamador de ángeles cuelga del farol. Oxidado y cubierto de telarañas emite un tintineo de bienvenida. Los tubos se entrechocan, preludian el aguacero oscuro que se parece a la casa a la que demoro mi ingreso. Jugueteo con el manojo de llaves enlazadas al motivo de Molina Campos que le compré de apuro en la terminal, en esa visita en que la Pauli me dijo que le quedaba poco y él comenzaba a desvariar, enmarañado entre la realidad y los sueños, como su enredadera.


Te conté que huimos de la guerra, que Franco perseguía a todos los que pensaban distinto, que mi padre —tu abuelo— se cansó de las humillaciones del patrón y le partió la azada en la cabeza. Sabés que se subió a un barco y llegó acá. Se escondió en Mendoza. Trabajamos en una finca. No sabíamos leer ni escribir. Pero estaba ese otro, no me acuerdo como se llamaba. Un tipo fornido, joven pero con la cara llena de arrugas. Tenía una cajita. Verde y negra. O negra y verde, no sé. Y El tablero de ajedrez. El cuaderno, un lápiz.


Luego de un forcejeo con la cerradura, la madera cede con un quejido seco y altera la calma del barrio. La luz entra en el comedor. Mi casa de la infancia. El hogar de siempre de los viejos. El espacio es más chico, falta la mesa redonda en el centro, las sillas de madera y los almohadones a cuadros. Sobran los recuerdos. Sin cerrar la puerta, abro uno de los ventanales y la luz espanta las penumbras.


En una de las paredes hay un almanaque del Almacén. El año del mundial de fútbol, círculos marcados en el mes de junio, la fecha de mi cumpleaños. También la de Pauli y mamá.

Giro a la izquierda para toparme con la cocina. Abro la puerta que da a la pequeña galería, con sus cerámicos blancos y negros. Apoyada contra la pared está la bocina gris, el armatoste que el viejo colocaba arriba de la coupé Renault, para recorrer las calles del barrio y anunciar las novedades del almacén.


¿Sabés lo que hacía ese catalán porfiado? Nos enseñaba a leer en las barracas. A la luz de las velas. De noche. Y a jugar al ajedrez. No sé si porque yo era más avispado o porque le prestaba atención, pero aprendí rápido, me tenía cierta simpatía. Pero lo bueno no dura. Nunca. Alguien lo delató. Y una noche, cuando llegamos agotados de trabajar la caja verde y negra estaba destrozada en el piso, las piezas de madera rotas, el lápiz quebrado. Levantó un peón negro del piso y me lo regaló. «Para que no te olvides», dijo. Luego recogió las piezas que encontró y se tiró en el camastro.


Miro la bocina muda, esperando que me revelara algo más. Me veo al lado del viejo, en el asiento delantero mientras él manejaba con la mano derecha y con la izquierda impostaba la voz. “Batata, papa, remolachas, señora. Aproveche la ofertas señora, también tenemos los últimos números de Para Ti y revista Gente”. Yo le ayudaba con el cambio y no había nada más importante que pasar por la casa de Malena, tener la suerte de encontrarla afuera con su pelo negro y largo hasta los hombros. 

Al fondo la enredadera. «Me vas a ayudar a ordenar sus cosas? No puedo entrar», Pauli y el temblor en su voz. Nos abrazamos. No quiero mirar de reojo, temo encontrarme al viejo en su mecedora.


Al otro día lo echaron. Por lo menos eso fue lo que nos dijeron. Y nadie salió a defenderlo. El trabajo en la finca no duró. Papá se deslomó para que termináramos esta casita en la barriada. Y bastante tuvo que ver esta pieza de ajedréz. Sí, no te rías. Fijate si no, a vos se te dio por eso de la lectura, y por enseñar. Como el catalán. Verde y negra era. O Negra y verde, no me acuerdo tanto.


Regreso a la habitación. Todavía está el tubo de oxígeno, las sábanas revueltas. La cara sonriente de mamá que lo mira desde la mesa de luz. ¿Comenzó a apagarse cuando se fue? Un libro de cuentos y una foto de la familia como marcador. El placard abierto, su ropa. Quizás esto sea más difícil de lo que pensé. 

El maullido me sorprende. No sé si de bienvenida o reproche, pero se pasea entre mis piernas. Vení, vamos a ver qué encontramos. Dejo la leche sobre la mesada y lo veo. Descascarado y valioso, entre la cafetera y la radio, está el peón negro.



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